nos exige
sacudirnos simplemente
nuestros dramas, como si fuesen
pelusas o polen amarillo
caído sobre los hombros
la ciudad ha crecido
tanto,
no nos veremos nuevamente
sino por casualidad
cuando los días hayan
desgastado
este dolor
lo hayan pulido
hasta volverlo
inofensivo, adolescente
y vergonzoso
ahora somos fuertes
somos inaccesibles
a las ofensas o abandonos
somos estancos
a nuestros sueños
reiteradamente rotos,
tantas veces rotos
que ya cambiaron
de nombre
estancos
a cualqier deseo
de permanencia,
a cualquier pequeño apego
(por si acaso crece, por si acaso
tira una raíz)
estancos
a cualquier gesto que sin retribución
se quede
un momento enredado
en el pelo, demorado, entibiado
en la mirada
sin buscar ni esperar ni exigir
exhibiciones, maestrías orales
o ventrales
nada
sólo irse quedando
como si rota la armadura
del regazo,
pudiéramos dejar allí
una fracción del tiempo,
del cuerpo, una fracción
de voluntad rendida
y una mano remota
y tenue
nos rozara
y un espacio escondido
abriese su ventana
a una luz tibia
que pareció haber
estado esperando
detrás de cada sombra
que no vimos,
porque siempre la luz
llegó de frente
y no hubo la ocasión
o la paciencia,
todo parecía certero
y absoluto,
la obligación siempre fue
sobrevivir
II
pero fue tan intenso
el azul de aquellos
no me olvides
y descarada su belleza
que en esta calle
del fin del mundo
resbalaste bajo mis párpados
cayendo,
como el telón de un acto
erróneamente interrumpido
como un desliz
y ahora esta partícula de arena
adherida al lacrimal
esta fábrica de llantos
esta molestia indeleble
no habrá cómo
sacarla